RODRÍGUEZ AGUSTÍN EZEQUIEL
Refiriendome a:
.Mis acercamientos con la lectura y la escritura.
. Tres momentos significativos en mi vida.
La relación que poseo con la lectura (así como con la escritura) debe remitirse a un pasado demasiado cercano, puesto que, por lo menos hasta el momento en que leí mi primer libro por propia voluntad y de un interés nacido de la curiosidad por la popularidad del mismo, recién a los 18 años, es cuando yo puedo decir que comienza mi vinculación perpetua con la lectura y la escritura.
Lo que sí puede ser muy brevemente explicado es como la literatura a lo largo, tanto de mi infancia como de mi adolescencia, siempre fue algo a lo que tenía profunda aversión; si bien nunca tuve especial dificultad para poder leer de manera fluida y comprender los textos obligatorios de Prácticas del Lenguaje y la materia propiamente llamada Literatura, no tuve el interés, ni tampoco el impulso externo que lo alimente, para concentrarme en la nube polisémica y monocromática de un libro. Leer lo he considerado durante tantos años sencillamente aburrido y tedioso. Tal vez contribuyó (definitivamente) la adicción a los dispositivos electrónicos tan naturalizada, de la cual todavía lucho para poder despegar de mi; la decadente capacidad de atención que tanto deseo recuperar (tal vez lo logre, el optimismo no me caracteriza, pero la honestidad es el sol que mi mano nihilista no puede tapar) también enraizada en ello; no lo se, nunca leer el libro correcto, aunque tampoco hasta ese momento no había leído ningún libro; prejuzgaba que me iban a sumir en un pozo de quietud gris que no me entusiasmaba. La zona de confort es una cadena para un masoquista; una película independiente crudamente filmada en el cine privado del vecino freak para un voyeurista. No me he atrevido a romperla sino cuando desarrolle una relación inquebrantable y obsesiva con la música; me entiendo, me construyo, leo y escribo gracias a la música. En segundo año de la secundaria atravesó mi piel un virus que se expandiria, creceria como un parásito y se configuraría profundamente dentro de mi cuerpo como un solo organismo que hoy es tan grande que no cabe dentro de la carne que hizo suya. Lana Del Rey y el pop lento que ralentizó la música con violines tristes, voces profundas y femeninas, que me regaló un edificio de puertas que ocultaban pasillos infinitos; FKA twigs, aviario aturdido por el instinto de aves atrapadas en un ordenador; Bjork, regalo de una musa nacida de las grietas del trip hop y convocada por distorsiones sonoras de erupciones volcánicas reverberantes; Kate Bush y la música que relata, la música que conmueve con la ficción y la idiosincrasia de una voz única; Slowdive y la melancolía adolescente que extrañamente siento tan lejana; el virtuosismo de piezas complejas atribuibles a la gracia de King Crimson y Black Midi, primeramente indigestibles. Y hay que enfatizar que mis primeras impresiones al exponerme ante tan amplia gama de diferentes artistas (y una infinidad más faltan) fueron de extrañeza y de disgusto, no podía comprender ni decodificar qué era lo que se estaba haciendo, que lo produce y con qué propósito, y esa actividad de desconcierto e incomodidad y revoluciones musicales se convirtió en algo que atraviesa cada hora y cada marco de mi vida hasta el dia de hoy, y posiblemente sea un maridaje del que no quiera ni pueda divorciarme nunca mas. Esto cómo puede aducirse, me permitió desarrollar un sentimiento de curiosidad y un hambre efervescente por descubrir obras disruptivas que me llevo un dia indiferente a acumular la voluntad necesaria para empezar My year of Rest and Relaxation de Ottessa Moshfegh; entiendase igual que no me refiero a que este libro sea en sí una pieza de literatura disruptiva o revolucionaria de alguna forma (aunque un poco, a mi humilde juicio, lo es, aunque no es un una devolución de la que creo que se me convoca a hacer en este espacio y, por lo tanto, no desarrollare) sino que, para mi, algo incómodo y nunca antes hecho por mi persona y considerado como fuera de mi comportamiento y actividades de disfrute predecible, mis go to, precisamente, leer un libro de más de 200 páginas sin ningún compromiso con el atractivo cromático, y peor, terminarlo en menos de dos semanas. Simultáneamente, se había despertado cierto atractivo por la poesía; Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Sylvia Plath, etc.; influencias primarias. A sus vez esos componentes poéticos que me atraían ya estaban de alguna manera plasmados en diferentes álbumes musicales que previamente había escuchado, sin más, Bjork esencialmente en Vulnicura, expresiones de dolor tajante de la mejor manera en que las palabras pueden representarlo; por lo cual no era para mi un mundo completamente ajeno.
Con lo que concierne a la escritura, también corresponde al mismo tiempo, en el verano del febrero y enero de 2023, de cualidades y temperaturas infernales, cuando comenzaba yo a intentar escribir a de poesía inherentemente post-apocalíptica, profundamente deprimente y (no siempre pero si la mayoría de las veces) en inglés; hablar sobre lo íntimamente verdadero en un lenguaje extraño para la propia lengua me servía y sigue sirviendo, como una separación, como un dispositivo que sirve para exorcizar lo que yo siento y veo detrás de mis ojos con lo que en el momento se materializaba sobre esa agenda maltratada y añeja olvidada entre el polvo y los cachivaches de la casa.
Las épocas más paradigmáticas de mi vida siempre comenzaron con una mudanza. Primero, en el año 2012, dos años después de que mi padres se hayan divorciado del romance y la convivencia entre columnas, mi padre abandonandola casa de la familia y mi hermano y yo nos quedamos con mama, lo cual causó una turbulencia en términos económicos importantes ya que, el dinero para el aprovisionamiento mensual que mi padre enviaba, llegaba como un cajón de madera con contiene 5 frutas podridas y tres manzanas rojas acompañados de un disparo, es decir, con una pelea entre él y mi madre que daba inicio a otro capítulo en esa guerra irreconciliable que existio entre ambos hasta el dia en que mi madre murió. En consecuencia, mi madre tuvo que salir a buscar trabajo en un geriatrico que le exigía entre 8 a 10hs diarias de trabajo forzado, además de a cambio darle un salario significativamente precariado (como no sorprende) pero suficiente si adoptamos el conformismo, que no le permitía realizar sus actividades cuasi panópticas maternales, por lo cual nos mudamos con nuestra abuela al partido de Hurlingham, al norte de la provincia de Buenos Aires, un viaje del Sur del clásico conurbano bonaerense, desde las periferias del show de miserias y nenúfares urbanos de Lanús, hasta las arboledas altas y el mutismo tranquilo de las veredas irregulares de Villa Club. Allí vivimos durante tres años; una nube espesa de familiaridad, escasez, y problemas que se le escapan a la percepción infantil pero que perduraron hasta la adultez, y el resplandor llegó solo con ella.
La segunda mudanza ocurrió en contra de toda mi voluntad; mi madre a quien veía cada vez que le daban un dia libre en el trabajo, esto es: 4 veces al mes, 2 veces que elegía descansar su cuerpo maltratado por la falta de comida y los pesares físicos, óseos, musculares, y 2 veces que impartía lo odisea en el transporte público para visitarnos y llevarle plata a mi abuela. La estaticidad es un desideratum, inalcanzable. Si bien no quería y a mi me gustaba vivir con mi abuela gracias a los entramados de la costumbre, no opuse mucha resistencia, tampoco tenía mucho poder en la toma de la decisión. Yo entendía muy bien la dictadura maternal; nunca fui un ser rebelde, me da miedo el dolor y la confrontación. Si bien con el devenir de los años he aprendido a acostumbrarme y soportar grados más altos del mismo, bajo una debilitada capa de agrura, sigo siendo suave.
Nos mudamos, otra vez; 2016: Cristina fuera Macri dentro; mamá había conocido a Pablo, profundamente peronista, que alquilaba en una casa en las periferias de Valentin Alsina y Avellaneda, y trabajaba en un pyme enfrente de aquella casa sobre Chile, entre Florida Y Rucci, que producía repuestos de automotores, y le prometía un comienzo, una vida estable, dejar de trabajar en ese hostel de huesos y remedios, y una familia que fluctuaba entre la clase media y baja cuya vida se vería desestabilizada por las vicisitudes y los vaivenes de la democracia Argentina. Mama se pudo permitir no trabajar por lo primeros dos años de gobierno, antes del empréstito romperecords otorgado por el misericorde FMI, cuando un sueldo todavía alcanzaba para comer pastel de papa y milanesas napolitanas en la misma semana, pizzas con una coca para finalizar el sábado, y una salida al shopping al mes. Luego, se la rebusco trabajando en lugares que exigían no una alta rigurosidad en la carga horaria y que le permitían, si bien por un sueldo no significativamente alto, dar atención a sus dos hijos que recién impartían sus primeros litigios sobre el campo de guerra de la pre adolescencia y contrarrestar, resignados ante la pérdida, al enemigo implacable e incansable de la población argentina, la inflación. Sin embargo, y esto es una decisión que por su naturaleza y actual irrelevancia ya he dejado de cuestionar, en el año 2019 nace mi hermana, lo que implicó, por supuesto, un pacto preestablecido para empobrecer de manera no intencionada, más bien llena de esperanza, las condiciones objetivas de nuestra existencia en un marco de incertidumbre y profundización de la crisis. Experiencias económicas y sociales que si bien no radicalmente trágicas marcan el deterioro de la calidad de la vida doméstica signada por cortes de luz en noches verano y consciencia de la decadencia, que considero todo argentino vivencia en algún momento de su vida en este suelo, y que personalmente, ha despertado mi interés por la política como herramienta en búsqueda de la sepultura de los prejuicios y las ideologías anquilosadas enterradas debajo de las lápidas del sentido común. Cuando la identidad de uno se solidifica bajo la piel sintiente de sujetos intrincados y cuestionados así como afectados por la dirigencia política y la alta cultura modelizante, la comunidad queer y la clase trabajadora, es casi imposible morigerar la rabia movilizadora por conocer aquello que pretende absorberte y que objetiva la propia miseria como consecuente directo de la identidad biológica pervertida.
Posteriormente, ya en 2021, conocí el sustrato real de mis propias pesadillas, la enfermedad voraz de mi madre, que la llevó a la muerte el 4 de enero de 2023, el mismo dia en el que mi abuelo cumplio los 70 años, lo cual simplemente sentenció el panorama de desgracia, cuyas nubes todavía estamos intentando disipar hasta las lluvias de nuestros días recientes. En 2021 no solo tuve que enfrentar la tragedia inaceptable de mi niñez, sino que también conocí el mundo adulto del trabajo y de la aquiescencia de nuevos niveles de independencia relativa lo que fue íntegramente positivo hasta para el desenvolvimiento de mi personalidad, solo el punto en el que todo dejó de ser lindo, en el momento en el que me di cuenta que había entrado dentro de una prisión de acontecimientos que se repiten de forma cíclica de la cual nunca mas podre disociarme si quiero seguir subsistiendo y (supuestamente) permitirme breves momentos de felicidad.
Comentarios
Publicar un comentario