El Remolino - Inés Garland


Ines Garland no es ajena a la narración dirigida por y para el público juvenil, situada desde la perspectiva cautelosa, perspicaz, entusiasta e incluso aunque en ocasiones nihilista, ante la naciente experiencia de lo no vivido, del ser adolescente que en esta oportunidad deliciosamente sitúa en un paraíso de verano tal vez modesto, sin embargo no menos ”burgués”, ubicado en una isla del partido de Tigre (al que la escritora referencia con evidente estima, debido a que suele ser una locación preferencial en sus obras), que pertenece a una pareja amiga de la familia de la narradora, conformada por Elisa y Juan Woods, a la cual la protagonista, Clara junto con sus padres, se dirigen semanalmente, presentandose asimismo como escenario de disputas ideológicas y morales entre los adultos que, uno podría inferir, son reflejos de sus propias experiencias maritales, que esconden contradicciones y deseos reprimidos en las profundidades de agua dulce, siendo la adolescente de 16 años espectadora y, a veces, objeto principal de las discusiones, e incluso, como sutilmente se la ubica en un segundo escenario dentro del cuadro narrativo vacacional primario, como objeto y sujeto de deseo, productora de fantasías propias y participe de una relación pervertida asimétrica, pero, en última instancia, consentida.

    Clara es una ejemplificación ostensible de una chica que atraviesa posiblemente la etapa más canibalesca y controvertida que debe experimentar una mujer durante su juventud, siendo ésta precisamente, la formación de los aspectos fundamentales que la hacen persona, y, esencialmente, del género femenino y del conocimiento y descubrimiento de su experiencia vital femenina, siendo esta la adolescencia; es una chica a la cual podemos deducir, que le gusta preservar sus distancias, sus silencios, y cultivar ciertos gustos que, según consideraciones implícitas de sus padres (siendo el padre especificamente aquel que “vive obsesionado con lo que es normal”), no caben dentro de los marcos constrictivos de la normalidad, de lo que realmente debe hacer una chica y como se espera que ésta se comporte; pulsiones exteriores ante las que Clara enfrenta con cierta templanza e indiferencia, y cuya vanguardia reside en la protección de un secreto indecible, del que nosotros, los lectores, podemos ir detectando su presencia con la identificación de declaraciones inciertas pero cuasi declarativas, como aquel caso en en el que, por ejemplo, la adolescente, al terminar de relatar aquel momento en el que los adultos le cuestionaron a la hora de la comida inquisidoramente por qué no llevaba una amiga con ella los fin de semana que ibna a la isla, nos revela que “ellos no pueden saber que para mi es tan imposible venir con una amiga como no venir”.

    La narración de esta historia presenta una descripción detallada, y aun así para nada pretenciosa, del espacio en el cual se desenvuelven los acontecimientos, con una simpleza cercana y accesible, y los cuales son contados por la narradora de forma anecdótica; a ello se debe la fácil interpenetración de la historia para con el lector, el cual se enlaza a ella sin oponer resistencia, lo que asimismo es necesario para poder descubrir los estratagemas de este relato que no se presentan, al contrario, en un sin fin de datos y descripciones obsesivas, sino en frases clave abiertas a su decodificación e interrelación con otras que se van desvelando en cuanto continúa la historia, dando espacio, como ha dicho Garland en una entrevista puesta en servicio de la Feria del Libro Provincial de Corrientes, para que “el otro (el lector) complete esos detalles” exigiendo de nuestra participación y de hacer trabajar nuestro sentidos para su compleción.

     La narradora nos cuenta, como si fuésemos sus fuentes de confianza más cercanos, entre casi susurros, el secreto que se esconde detrás de los paisajes de vientos y perfumes dulces, un clima cromáticamente caluroso que se nos presenta mediante imágenes invisibles ante nuestro ojos, como si despertasen un recuerdo cálido de la infancia sobre aquel lugar en el que reina el sonido palpitante de la tierra mojada por las aguas del río, con tardes perdidas en las improductivamente placenteras siestas largas, noches frescas y risas familiares y protectoras, como si realmente hubiésemos estado allí incluso no habiendo ido nunca; y sin embargo, el mutismo imperante del jardín que se encuentra en los lindes de la zona noroeste de la provincia de Buenos Aires, no puede calmar las cabezas perturbadas de los adultos, recubiertas de desprecio, vergüenza e inclusive odio recíprocos; placeres y resentimientos ocultos bajo el manto de la complicidad del secreto y que ocasionalmete, no pueden soportar el frio de la celda ultima en la que fueron condenados a habitar, y escapan relampaguentes por el primer atisbo de luz que se cruza sobre su camino; “el matrimonio es el triunfo del hábito sobre el odio” le dice, proveyendo de cierta sabiduria, Elisa a Clara, algo que sus paseos para recolectar flores y frutas silvestres posiblemente sirven como velos con los que cubrir la verdad contigua, y rendirse ante la bella y aun asi insatisfactoria confortabilidad.

   La ganadora del Premio Deutscher Jugendliteraturpreis nos ofrece así, una “...forma de enfrentar los mandatos”, una breve confesión de la experiencia de un personaje femenino, como lo he mencionado, profundamente controvertido, propio de la inmadurez emocional e intelectual de la protagonista, pero que tiene algo intrínseco del paso de la experiencia femenina por el mundo Occidental, relacionado con la manera en las que nos socializamos como sujetos, como identidades y performances móviles de género, y cómo estas categorías que intentan ordenar y, últimamente, circunscribir la experiencia de los seres humanos, en este caso, de las mujeres, conllevan maneras de percibir y vivir lo femenino que cambia con la edad pero que no deja de ser menos constrictivo, desde una menor sexualizada y cuyas incoherencias son celebradas (“¿sabias que sos una adolescente muy vieja?” le dice Juan, como cualidad extraordinaria) hasta una mujer adulta presa de la comodidades de lo conocido y predecible que expone contradicciones que la hacen persona (“como si limpiaras vos, señora” le retruca Juan al Elisa quejarse que si no se limpian las flores del porche estas quedan pisoteadas en toda la casa), pero que parecen ser inadmisibles en ella.




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