Me encuentro en
la completa ausencia que signa a un carrusel público, demacrado, y olvidado;
los pasajeros finales ya han ignorado su partida arribando a destino,
pretendiendo como si no pudiesen recolectar, cada vez que lo necesitan, los
recuerdos y las características de tan viejo y despreciable conocido.
Culminando mi rutina, durante los pliegues finales de la noche, arribando a mi
barrio luego de abandonar la clase de Antropología Social y Cultural, la última
de la semana; pasando como es tradición personal escogida, no apreciada, no
querida, ya por la primer plaza que demarca los inicios de la comercial Avenida
Gral. Juan Domingo Perón, centro oficial de “tomar aire”, de orquestación de
performances ilegales, donde los alumnos de las escuelas aledañas se convocan a
“un picadito” y los adultos más crudos se pierden entre el humo y el hedor de
las hierbas recreativas. Allí hago sonar el timbre, indico mi final en el
recorrido y el inicio de la incertidumbre ante los peligros inminentes que en
la televisión tan desesperadamente relatan, actas diurnas modernistas en las
cuales aumentan consecutivamente con la enumeración de los crímenes, los grados
de violencia. Desespero, como es natural, más teniendo en cuenta que, ningún
medio de transporte llega a la zona donde mi hogar se ubica, a diez y ocho
oscuras y maltratadas cuadras lejos del centro usualmente concurrido, que para
contribuir a la visión de penumbra abandonada, particularmente esta noche no
había nadie. Mi tranquilidad psíquica claudica ante la guerra que sucede dentro
de la fugacidad con la que las tragedias recorren mi mente; no camino, levito,
desgastando las suelas de mis zapatillas con el oxígeno corrompido de la
urbanidad; ¿qué posee mayor valor, mis manos o mi celular?, y si escondo mi
celular y ofrezco mis zapatillas, ¿encontraran al primero?. ¿Se enojarán y me
atravesaran con un punzante por mi audacia?. Si imploro, ¿tendrán misericordia?
; saben lo que es eso? Alguna vez en algún profundo pozo, en una calle
estrecha, de gatos muertos y verdes altos, alguien les habrá ofrecido
misericordia?; si me disparan en el torso, ¿cuánto tardaré en recurrir al
socorro sin morir previamente de una hemorragia implacable?; agradezco que las
categorías socializantes de la medicina, de la cultura, no me hayan sentenciado
la etiqueta filosa de “mujer”; no pueden ultrajar mi cuerpo, desgarrar mis
órganos y deshacerse de mi historia en alguna zanja de renacuajos penetrantes
siendo hombre, ¿no es acaso la verdad inmutable que todos conocemos?.
Recorrí diez cuadras, concreto
sin fin, hasta que la urgente inquietud llega su apunto más alto cuando diviso
una sombra alta, ininteligible en su morfología, solo mis oídos pueden
reconocer que proviene de un grupo de voces graves que caen a lo profundo, que
parecían estar hablando entre sí, pero que habían dejado de hacerlo, a dos
cuadras delante de mí; miró alrededor y no hay nadie, ni siquiera un perro
arrastrándose ante la ambigüedad de la noche que presencia su miseria; solo yo.
Yo soy el motivo de su silencio; es mi culpa por hoy haber elegido hoy, un día
de calor imperante, usar una remera cortada sobre la cintura. Estoy seguro, que
más puede ser?; !¿a que hombre, que se precia de ser hombre, se le hubiese
ocurrido violar el velo grueso de la masculinad que debe de recubrir su
cuerpo?!.
Estoy a una cuadra de ellos, o
eso, no lo sé, se mueve de manera errante, se tambalea, colma completamente lo
ancho de la vereda; mi pecho de resquebraja y se me caen partes de mi con cada
temblor que resuena en cada hueso de mi cuerpo; sus bramidos profundos habían
cesado hace ciento cincuenta metros, y no parecían volver pronto. Fuí yo su
causa, él quien aplacó el eco. Veo una luz fosforescente de color azul que dice
“Abierto”, me acerco acelerando el paso; se lee, “El Bajo Alsina”, un bar
nocturno; el abismo removido se acerca, está casi sobre mí; entró sin pensar,
cruzó el umbral de la entrada sin custodia, una puerta negra maltratada por sus
huéspedes, por la violencia que domina sus movimientos, y me cruzo con el ala
principal, buscando el baño. Sin embargo, aquella búsqueda queda interrumpida y
saben los cuerpos divinos que yo inocentemente ignoraba por cuento tiempo; los
espíritus saben que mis pies corrían con fuerza y agilidad antaño, que conocían
ser parte de mi; las paredes mohosas bien sabían,que mis cuerdas vocales
reverberaban gritos de los más altos, y que mis uñas se habían desprendido de
mis manos, las que prodigiosamente tatuaron su decadente investidura; el suelo
bien supo sentir la espesura de mi sangre y el peso de mi corazón.
El único que puede confirmar y
reafirmar su omnipresencia es el sol naciente de cada mañana que desenmascara
toda miseria, sin embargo, deberá recurrir a los lenguajes ya muertos y a la
audacia de los actores políticos más célebres, para explicar ante los astros
como nunca será capaz de encontrarme.
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