El fue La Noche
Las noches en la capital cosmopolita de Buenos Aires las caracteriza cierta apertura, en un sentido no sólo ante las posibilidades de diversión, sino con lo que refiere a la aceptación, pero principalmente indiferencia, ante la manera en que los otros, uno, se viste, se comporta y se presenta. Creo que la gente anda demasiado preocupada por qué tan cómodas y silenciosas puedan ser las almohadillas en las que gentilmente depositen sus traseros para poder ocuparse ferozmente en los aspectos de los otros, pero esencialmente en este contexto particular en el que observó que, la exposición a una extrañeza (no reclamo el término) como nosotros es algo que tus queridos JuanCa y Mariela están, a esta altura de la pirámide temporal, acostumbrados aunque, por supuesto, no pueden no permitirse desahogar su impotencia ante tal forma de degradación de hombres, y mujeres, y entre hombres, y entre mujeres o, como era como decían que se llamaban? ¿elles?.
-”A esta hora siempre salen los locas, recontra empastadas y con dos trapos encima; mirá mirá mirá, ese flaco viene con pollera… se le marca todo el bulto”- comenta JuanCa, un hombre de su familia, trabajador que paga sus impuestos, indignado ante semejante figura, ante semejante ultraje.
-”Son unas putas ridículas sin importancia Juan, siempre están; y habla bajo que están casi al lado tuyo, no vaya a ser cosa que te escuchen y armen una escena y salten con eso de la homofobia y no se que; desamargate que ahi viene la morcilla”- agrega Mariela, intentando cerrar el pozo ciego que se asoma por la garganta de su marido pero nunca sin presionar ella por última vez el botón que purifica el inodoro.
Nos deslizamos rápidamente con mis amigos entre los asientos de fuera de esa de esa parrilla humeante de cadáveres porcinos y res orgullosamente argentina, sintiendo las miradas inquisitivas, y el cuestionamiento de si son nuestros propios egos que se creen lo suficientemente llamativos como para aumentar el peso del aire de aquel restaurante o si, efectivamente estábamos siendo observados con desagrado; igual, puedo decir, a manera de autoconsuelo, que aquella aguijonada repentina en la espalda y la pesadez en el pecho cada vez que paso cerca de un grupo de personas ya se habían vuelto una sensación conocida y propia, y devino en costumbre. Escuchábamos algunos murmullos y secretismos y hasta creo que un señor nos gritó algo, no lo se, no le preste mucha atención, estaba hablando con los chicos y simplemente quería olvidar rápidamente esa cuadra; capaz al tipo le gusto el crop top verde que tenia puesto, en una de esas, si lo bendijo el buen gusto, lo apreciaba y como vio que yo me mimetizaba con las sombras en el cuadro de la noche sintió la necesidad de hacermelo saber antes de desaparecer.
Faltaban aproximadamente cinco calles para llegar al boliche, eso decía google maps la última vez que nos fijamos. Resonaban nuestras cadenas colgadas en los pasacintos de nuestros pantalones, largos y flameantes como banderas orgullosas, y pesados como nuestra incapacidad de sentir estima positiva sobre nosotros mismos. Maquillaje al estilo gótico, reminiscencia pobre e inexperta de las formas semi egipcias y geométricas que Siouxsie Sioux Portaba en su rostro durante los años 70s, que le daba cierta impronta punk, fiel a la metodología del do it yourself; por lo menos ese era el intento.
Llegamos y la noche transcurrió con cierta normalidad previsible; cerveza tibia y barata, productos estéticos que desdibujaban nuestras caras en una fusión torbellinesca de colores y transpiración, propia y ajena. A mi particularmente, alrededor de las tres y cuarto de la mañana, me invadió un malestar primario de náuseas y jaqueca implacable, de un dolor extrañamente familiar. Semejante al que había percibido en la inconsciencia cuando, durante una paralisis, un icubo procedio al vaciamiento de mis cuencas con cuchillos desafilados, porque me negue a tener sexo con el; a la mañana siguiente de ese escenario pesadillezco me había levantado con las retinas cubiertas de sangre internamente derramada y con los párpados enrojecidos, con un prurito presente insoportable, aunque cuando fui convocado a la cena familiar que transcurria en el living nadie parecio dar cuenta de ello, y no logro todavia descifrar si fue por voluntad propia o si honesta e ingenuamente no podian percibir lo que yo veia que tenian ante sus ojos.
Le avise a Catalina que iba a ir afuera porque no me sentía bien, pero no me ofreció mucho de su atención ya que andaba entretenida con una piba color de oro de la que no podía (ni quería) divorciarse. Salgo, mareado, como si durante una tormenta periférica que azota sin misericordia a una roca errática, a una planta de trigo que se aferra a la realidad y a la existencia y a la firmeza de la tierra y la prevalencia de la vida verde, sabia y fértil, yo fuese el agua misma, constante y removida, que lo ve todo, y golpea al todo, a los postes, a los autos estacionados, a las personas reunidas en una esquina que al yo chocar y penetrar su círculo me empujaban en respuesta, dejándome claudicar sobre las veredas punzantes, estrechas, y hacía ya tiempo abandonadas, aunque nunca podrían parecerse a mis queridos puentes de concreto mohoso y obstaculizante, llamadas calles del conurbano, que me guían cada mañana hacia la parada del colectivo. Me incorporo y sigo, camino errante, lejos del boliche donde lo conocido estaba perdido en una bruma lavanda neón, y donde el porvenir de la noche me presenta, delante mío, al ejército de Asmodeo, el rey de las sombras del inframundo más profundo, aquí sobre estas calles oblicuas, que reverbera bramidos graves y que hacen vibrar mis vísceras, se acerca a mi y pretende poseerme o matarme o llevarme o salvarme- “no lo se, no lo se, no lo se”- repito.
Me golpean y ya no veo.
Son aproximadamente las 5 de la mañana, y estoy en el colectivo rumbo a casa y me esperan mis compañeros de aureola dorada de cada día, que me recuerdan la miseria, la condena y el privilegio de la vida que me toca en esta historia, el trabajo y la facultad; si logró atravesar este día, es porque estoy vivo.
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